domingo, 11 de septiembre de 2011

Vivo lo Que Tu Cantas

Por: Nerliny Carucí, No tenía más que 7 años y ya Luis Ángel Rodríguez estaba trabajando para sobrevivir. Al principio, no fue nada fácil: arrancaba papas, cargaba tomates, vendía bolsas para la basura, y ayudaba a la gente a limpiar cruces en el cementerio de Duaca. Con las pocas monedas que obtenía, se podía pagar sus estudios y, además, se compraba algunas “cositas” que necesitaba.

No tenía por qué haber sido así; pero, su peregrinar no vino acompañado de un padre. Lo bueno, fue que el camino lo bendijo con un hermano mayor, que lo acompañó en sus primeros pasos. Lamentablemente, por la pobreza, la mayor parte del día, su hermano se la pasaba trabajando. Ángel, mientras tanto, soñaba con una mano que llegaba a cobijarlo.

Protagonistas

Así como sus 6 hermanos, él nació en Duaca, municipio Crespo, del estado Lara. Duaca es un pueblo que queda a unos 45 minutos de Barquisimeto. Cerca de allí, hacia la zona norte, también, hay otro caserío, que llaman La Quinta, que queda bastante escondido y es poco conocido. Entre ese caserío y Duaca, transcurrió la infancia de Ángel.

En la soledad, Ángel conoció el amor por la música y el canto. Se la pasaba cantando debajo de los árboles, en el campo. No tenía muchos amiguitos, porque en la zona donde vivía, de verdad que no había mucha gente; pero, soñaba que los tenía, y hablaba solo, conversando con ellos, en su embeleso.

Era como hablarle, al oído, a alguien que no podía escucharlo, con la esperanza de que, algún día, pudiera mirar y seguir la luz de su voz.

Cuando estaba en sexto grado, salió un concurso de cuentos, por la Fundación del Niño del municipio Iribarren; y él, escribió su primer cuento. No recuerda mucho de qué se trataba, pero comenzaba con el martillado: “Érase una vez…”.

A sus catorce años, tuvo que mudarse a Barquisimeto, porque no contaba con los recursos económicos para subsistir en el pueblo. Allí, consiguió una beca salario por el INCE.

Se graduó como Técnico Medio en Mecánica de Mantenimiento, con tercer año de bachillerato. Siendo menor de edad, lo contrató una empresa, cuyos directivos no le dieron más trabajo, después de culminar sus pasantías; porque aún era un adolescente. En ese entonces, Ángel no tenía permiso para trabajar.

En Barquisimeto, a Ángel le tocó vivir en un ranchito, con 2 de sus hermanos que, también, se habían mudado a la ciudad.

—No me da pena decirlo —advierte, al recordar—. Vivíamos en el barrio San Lorenzo, entre cuatro laticas de zinc. Pero, no nos importaba cómo vivíamos; sólo nos importaba estar juntos. Eso, de verdad que, es muy importante. El amor por mis hermanos, siempre me daba firmeza. En la actualidad, nos mantenemos todos juntos, como en ese entonces. ¡¡Eso que ya tengo 36 años!!

Después que terminó su pasantía, le cayó la muerte china; porque, en la recluta le pegaban como a un animal salvaje. Como vivía en un barrio; entonces la gente lo tildaba de malandro, cuando nunca fue así. Son esos estigmas sociales que relacionan como sinónimos pobreza y delincuencia.

Pasó un tiempo, y junto con un grupo de compañeros, fue y presentó en la Escuela de Policías, y resultó ser el único que pasó las pruebas. Lo mandaron para Coro y, allá, se graduó como Policía de Orden Público.

De ahí, se vino, nuevamente, a Barquisimeto, a trabajar; pero esta vez, como funcionario de la Policía del estado Lara. Allí, permaneció alrededor de año y medio. Ángel recuerda que pasaron muchas situaciones con las cuales no estaba muy a gusto; como: las políticas militares del trato a los subordinados. “El superior siempre quiere humillar al subalterno, y yo siempre he creído en el respeto del hombre al hombre. Me retiré, y otra vez me tocó fuerte: me tocó empezar prácticamente de cero. Apenas, tenía 21 años”.

Cuando quería vivir, se perdía en sus sueños, esperando su momento en la música: si veía a alguien con un cuatro o una guitarra, se acercaba y se ponía a cantar. Así, descubrió lo que es vivir consagrado a una pasión.

Para sobrevivir, empezó a trabajar con el Instituto Municipal de Aseo Urbano de Barquisimeto (Imaubar). Duró como 2 ó 3 años en el Imaubar; fue escalonando: primero barrió calles; y luego, por su desempeño y sus conocimientos policiales, lo designaron como centralista de comunicaciones nocturnas. Tenía que garantizar el control de las cuadrillas y del servicio del aseo en las calles.

Un día, se consiguió con un oficial de la Policía Regional, quien, al verlo trabajando con el Aseo; lo humilló. “Ese día, se me puso chiquito el corazón. El tipo me dijo, con el tono más despectivo que pudo: ¡¡Mira para lo que quedaste!! ¡Eres un pobre loco, un pobre diablo! Sus palabras me hirieron. Yo apreté, y me prometí, a mí mismo, superarme".

De una vez, empezó a averiguar qué tenía que hacer para culminar sus estudios por parasistema. Retomó su bachillerato y el INCE le abrió, nuevamente, las puertas. Hizo el bachillerato y el Técnico en Formación Bancaria y Financiera, en paralelo. Eso fue en el período 1997 – 1998.

Mientras estaba haciendo el Técnico, estudió teatro, hizo cursos de Mecánica y de Electricidad.

A partir de entonces, nunca ha dejado de estudiar. Su tiempo libre, siempre, lo ha utilizado para prepararse intelectual y técnicamente.

Terminó su bachillerato y el señor que había sido su jefe en Imaubar, le habló del proyecto de la Policía Municipal de Iribarren. El proyecto le gustó: se enamoró inmediatamente. Presentó y quedó. Fue integrante de la I Promoción. Estando en ese lugar, tuvo la oportunidad de crear el Himno de la Policía Municipal. “Me di ese gusto: soy el creador de la letra: Honor, Servicio y Excelencia, es el lema de la Policía”.

Previamente, en sus tiempos de ocio, cantaba y participaba en festivales escolares, liceístas, artísticos y culturales. Incluso, fue la Voz Policial de Lara.

Empezó a estudiar Comunicación Social, a distancia, en el núcleo de Barquisimeto, de la Universidad “Cecilio Acosta”. No se pudo graduar, con su promoción; porque, en un enfrentamiento con unos malandros, le dieron un tiro. Salió de reposo y, en ese momento, se creó un conflicto interno dentro de la Policía Municipal, por su reposo: “El psicólogo de la Policía me había dicho que yo podía hacer otras actividades adicionales, para el estrés; entonces, yo me empecé a dedicar a mi música, y eso me trajo problemas dentro de la institución. Por eso, decidí irme”.

Luego, entró a trabajar en la Gobernación de Lara, con el entonces gobernador Reyes Reyes. Trabajaba y estudiaba. Se graduó de Periodista e hizo su Componente Docente.

La Misión Sucre le abrió las primeras puertas, para dar clases. Le gustó y, todavía, sigue como asesor de esa Misión educativa.

Paralelamente, cantaba en eventos, en sitios nocturnos. Creó su propia música. Con la paga de su trabajo docente, ha ido dibujando sus sueños: ya grabó su primer disco.

Para Ángel, cuando él canta, su corazón palpita con tanta fuerza que siente que desmuere. “No vivo de la música: vivo para la música; todo ha sido costoso, todo ha salido de mi propio peculio. No ha sido fácil; pero, como es una pasión que tengo, yo me esfuerzo”.

Sin embargo, los nubarrones del capital, aún, siguen persiguiendo su anhelo: el deseo de que su cantar se oiga en la patria que lo ama. Habló con un representante y le está cobrando tres mil bolívares mensuales, para hacerle una campaña. Ángel, ni siquiera, gana ese sueldo. Pero, tiene fe en que algún día será. “Nada me va a detener. En algunos medios, me han cerrado las puertas, porque lo único que les importa es el dinero. No ha sido fácil; mas, cuando revivo mi pasado, sé que estamos viviendo un momento distinto; y creo que vale la pena vivir una locura así”.

Ángel es salsero. A su música, la llama salsa criolla: la define como la inserción del arpa, con un estilo propio. “Mi música tiene arpa, y le llamo Arpa Salsón. Es salsa criolla. He cantado en eventos; he sido tarimero de Oscar de León, de Tecupae, entre otros artistas. He viajado mucho, de verdad que sí”.

Ahorita, trabaja en la Universidad Nacional Experimental de la Seguridad (UNES). Concursó, y entró al equipo de trabajo profesoral de esa institución. Sigue dando clase por horas, en instituciones privadas; hace trabajos sociales, de servicio comunitario; trabaja en las áreas de ortografía y redacción, teorías de la Comunicación Social, y la parte de proyectos.

Por un tiempo, ejerció formalmente como periodista. Ahora, sigue en ese camino, pero apoyando el trabajo social en las comunidades. “Es una forma de comunicar también, y más, cuando mi especialidad es Desarrollo Social”.

Ángel observa que mucha gente sigue siendo esclava del metal (de la moneda): para muchos, el capital vale más que lo humano. “Siempre hay gente que te coloca barreras, pero uno no se puede detener”.

Agradece a Dios, el hecho de haber permitido esta Revolución. “Se parece a la tierra cuando nos susurra que sí podemos ser mejores. Yo he tenido el apoyo de la gente de la Universidad Bolivariana, de la Misión Sucre, que, de una u otra forma, han puesto un granito de arena en mi trabajo. No es mucho, pero lo agradezco”.

Su disco abraza diez canciones; está listo. Lo que necesita es una empresa que quiera invertir en promocionarlo. El disco lo grabó en Caracas y en Barquisimeto, pagando todo de su propio bolsillo.

“Me ha costado mucho dinero: como... 70 millones de bolívares. Yo, ahora, lo que ando es reproduciendo: lo que yo gano, lo compro en discos en blanco; los grabo y los regalo a la gente, porque yo no puedo vender. No tengo empresa que me apoye. En ese disco, están puestas mis vacaciones, prestaciones, aguinaldos, cestatickets, liquidación; en fin, el fruto de mi esfuerzo”.

En el mundo de Ángel, mientras haya esa chispita de querer hacer las cosas, no importa cuánto tengas que moler tu esperanza para hacer permanecer tus sueños.

«En algún momento, alguien te va a escuchar, el público te va a aplaudir; y lo importante es eso: que expreses lo que tú sientes. No importa cuánta gente te pueda escuchar, lo importante es que te escuchen. Eso es un compromiso. Cuando la gente me dice: ¡¿Qué pasó con la música?! Es como un compromiso que adquiero con ellos. La gente me dice: “¡Cántame un pedacito!”; y pues yo ando todo el tiempo cantando. ¡Me dicen “Radio loco”! [risas] Y... yo sonrío, porque me confirman que el fuego de mi sueño sigue brillando».

Por medio de sus palabras, descubrí que, Ángel tiene intacto el amor a su canto soñado. Prefiere seguir pensando, con el redoble metálico de la fuerza que da el compromiso y la gratitud de haber sentido el aplauso de la gente. Este joven resiliente no reniega de su infancia hambrienta, ni su peregrinar incierto; agradece, a la Vida, la libertad infinita de luchar contra los golpes que nos hieren y nos hacen prosperar.

Luis Ángel Rodríguez nos hizo llegar, a Venezuela de Verdad, 4 de sus canciones, y ¡realmente, CANTA! Ágil y clara, su voz transita hacia el lugar donde viven los grandes.

Si mentira, te parece nuestro juicio, lo tendrás que escuchar. Ésta es una de sus canciones: La Hipocresía.

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